¡Qué pregunta! En general la misma genera diferentes reacciones en aquellos que tenemos hijos. Algunos se angustian pensado que no saben cómo hablarlo, otros evaden el tema todo lo que pueden. Hay padres y madres que intentan quitarle seriedad, y hasta podemos tratar de depositar nuestra responsabilidad en instituciones como la escuela, para que se encarguen de educar a nuestros hijos en un área tan sensible e intima como la educación sexual.

Posiblemente no es un tema que nos parece demasiado importante al recibir la fantástica noticia de que se está esperando un bebé. Tampoco pensamos en ello en los primeros meses de vida de nuestro hijo/a. Pero luego al transcurrir los primeros años nos comenzamos a preguntar: ¿Qué les diremos? ¿Qué les contestaremos? ¿Estamos preparados para dar respuestas  a nuestros hijos/as? ¿Necesitaremos maestros, psicólogos, pediatras o algún especialista que enseñe a nuestros hijos sobre sexualidad?

Creo que no tenemos conciencia de que estamos respondiendo con un tanto de ingenuidad a un proceso dramático que estamos viviendo desde hace mucho tiempo y que se ha ido naturalizado paulatinamente. Me refiero al despojo progresivo que se ha hecho de las capacidades de la familia. Ésta poco a poco ha cedido sus funciones, sus responsabilidades y ha entregando dramáticamente su esencia en un proceso cultural anestesiante que ni aún los cristianos parecen percibir.

La familia, como institución creada por Dios, ha sido dotada de un poder extraordinario para impactar la vida de todos los que pertenecemos a ella. Dios ha puesto en los padres la responsabilidad, el poder y la capacidad de influir en la vida de sus hijos de una forma profunda. No podemos delegar esta responsabilidad a ninguna persona o institución, esta es una tarea intransferible. Si creemos que no estamos preparados, debemos prepararnos, leer e informarnos. No podemos seguir creyendo la mentira de que otro lo hará mejor, porque esto es abandonar a nuestros hijos, dejarlos a la deriva.

Dicho esto, creo que podemos volver a la pregunta que motiva este artículo: ¿Y cuándo comenzamos con la educación sexual? Desde el principio. Cuando nos enteramos de que esperamos un bebé y empezamos a pensar en un nombre, allí comenzó la educación sexual. La continuamos cuando elegimos la ropa que le compraremos y arreglamos la casa para su llegada. Asimismo cuando vivimos nuestra sexualidad plenamente, estamos trabajando en la educación sexual de nuestros hijos. Posiblemente no nos damos cuenta de esto, porque creemos que educar se trata de dar un sermón, o alguna explicación profunda sobre sexualidad, pero educación sexual es mucho más que esto. Comienza con la formación de nuestra pareja, con el respeto que nos tengamos o no. Con la aceptación de nuestro propio cuerpo y la aceptación de nuestro género. El relacionamiento que establecemos con personas de diferentes sexos, es educación sexual. Las diferentes formas en que mostramos nuestro afecto hacia nuestros hijos/as, hacia nuestro cónyuge y hacia otros fuera de la familia,  es asimismo educación sexual.

Obviamente también hay una educación especifica que tendremos que incorporar según la etapa evolutiva de nuestros hijos, pero sin lo anterior nada de lo que hagamos para educar dará resultado, porque nuestro ejemplo es más impactante en la vida de nuestros hijos que nuestro discurso.

Podemos pensar en por lo menos 10 elementos a tener en cuenta para fomentar una comunicación eficaz que nos permita también educar en el área sexual a nuestros hijos/as:

  1. Escuche siempre con atención e interés.
  2. No responda antes de saber cuál es la pregunta.
  3. Solo responda a lo que se pregunta sin detalles y espere saber si la respuesta fue suficiente.
  4. Recuerde que la comunicación es mucho más que las palabras, al hablar cuide sus gestos y la postura de su cuerpo.
  5. Pase tiempo junto a su familia y promueva la comunicación familiar.
  6. Resuelva los problemas con tranquilidad.
  7. Discuta sentimientos e ideas con naturalidad y sin presión.
  8. Cuide su vocabulario siempre, y llame a cada parte del cuerpo por su nombre.
  9. Hablen de los valores familiares sin reserva.

10. Viva la palabra de Dios a cada momento, y cuando pueda, hable de ella.

 

Algunas investigaciones señalan lamentablemente que, aunque los padres, en muchas comunidades en las que se ha intentado generar algún material de educación sexual en instituciones educativas, plantean que la educación sexual de sus hijos debe ser responsabilidad de ellos (aspecto en el que estoy absolutamente de acuerdo) en la práctica no dedican tiempo a hacerlo y sus hijos aprenden por sus pares o mediante información no adecuada a su edad y a veces hasta errónea.

Es un tema importante que debemos atender, estamos saturados de mensajes con alto contenido erótico y hasta pornográfico. Nuestros hijos están siendo expuestos a mensajes equivocados acerca de la sexualidad, mensajes violentos, discriminatorios y confusos. ¿Qué haremos? ¿Esperaremos que otros digan lo que debemos creer o enseñar? ¿Cuándo reaccionaremos? ¿No será hora de despertar de esta cultura anestesiante en la que vivimos y oponer resistencia?

La Biblia dice en Romanos 12:1 “No os conforméis a este siglo; más bien transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cual sea la voluntad de Dios buena agradable y perfecta”

Volver al plan original de Dios, es también retomar nuestra responsabilidad como padres, es reconocer el privilegio y el poder con el que Dios nos ha dotado para acompañar a nuestros hijos y posibilitarles un desarrollo saludable y pleno en el que puedan alcanzar el potencial para el que fueron creados. Para que así puedan vivir una vida abundante reconociéndose como creación de Dios y puedan dar a la familia, a la cultura y a la sociedad, lo que Dios quiere traer a través de ellos. Pero en este proceso debemos ser ejemplo y estar comprometidos como adultos, hacer la diferencia, vivir una vida cristiana abundante y verdadera.

 

¡Que Dios nos fortalezca, nos de la Sabiduría y la Valentía que necesitamos en tiempos tan confusos!

 

Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. 2 Tim 1:7

Lic Psicóloga.Claudia Reyes