No puedes controlar la longitud de tu vida, pero puedes controlar su anchura y profundidad.

 

No puedes controlar el contorno de tu rostro, pero puedes controlar sus expresiones.

 

No puedes controlar las oportunidades de otras personas, pero puedes aprovechar las tuyas propias.

 

No puedes controlar el clima, pero puedes controlar la atmósfera moral que te rodea.

 

No puedes controlar la distancia que media entre el suelo y tu cabeza, pero puedes controlar la “altura” del contenido de tu cabeza.

 

No puedes controlar las faltas exasperantes de los demás, pero puedes tratar de evitar que se desarrollen en ti hábitos irritantes.

 

No puedes controlar los tiempos malos, pero puedes ahorrar algunas monedas para cuando lleguen los tiempos difíciles.

 

¿Por qué preocuparte por lo que no puedes controlar? Ocúpate de controlar lo que depende de ti.