La Escuela Bíblica: Formando cristianos que atesoran en el buen tesoro del corazón

Por: Christian Sánchez

“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo, porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc. 6.45). 

Robert Raikes, organiza la primer Escuela Bíblica o Dominical en 1780. Al hacerlo, tenía en mente un doble propósito: social y espiritual.

Su enfoque estaba en la alfabetización y evangelización de los niños de Gloucester en Inglaterra. Así lograría  mejorar por medio de la educación bíblica también la actitud de sus pupilos.[1] Antes de perseguir estos propósitos culturales y espirituales, debió buscar en el buen tesoro de su corazón, la voluntad y la capacidad para hacerlo. Tras observar la necesidad educativa formal y espiritual en la realidad que le rodeaba, habrá pensado como todo docente ¿qué clase de persona se debe formar? ¿Para qué queremos educar?

De Barbieri se hace la misma pregunta acerca de la educación formal en el estado uruguayo. Cuestiona cómo muchas veces se termina educando por el pragmatismo ecónomico de llegar a ser un “recurso” humano educando seres inútiles laboralmente para ser seres útiles al mercado. Entonces se cuestiona:

Volvemos a preguntar ¿para qué queremos educar? Con el fin de “obtener un producto”, perdemos el contexto y junto con el contexto desaparece la persona o, lo que es peor, esta se anestesia para poder seguir. Tenemos tan baja autoestima que hay gente que prefiere seguir siendo un fusible con riesgo de quemarse a no ser nadie. No somos nadie en un mundo que solo premia a los que saben hacer productos, al que produce. No se puede limitar la vida humana solo a la esfera de la producción. El objetivo de la educación debería volver a ser el de formar personas, que luego tendrán un quehacer particular para el cual sus dones y capacidades serán necesarios. Si formamos personas, no podemos confundir lo que se hace con lo que se es.[2]

Las aulas bíblicas, en la mayor parte de las iglesias evangélicas, mantienen su apertura. De este modo todos, independientemente de cuál sea su situación espiritual puedan acceder a conocer la verdad libertadora de Cristo (Jn. 8.32). Es por esto, que la finalidad de la educación, siempre debe ser Cristo. No se trata de educar personas que conozcan acerca de Cristo solamente, o que solo evangelicen con buenas obras y sean moralmente buenas, o que aparenten serlo. Sino de ser imitadores de Cristo. Pablo lo expresa poniéndose a él como ejemplo porque a su vez está imitando a Cristo (1 Co. 11.1; Flp. 3.17; Ef. 5.1).

A diferencia de la educación formal, que busca servir intereses económicos, que educa para producir, para generar personas que hagan, la iglesia forma para ser, y en concreto para Ser Cristianos. Ibarlbalz citando a Zuck, menciona los tres aspectos que deben estar presentes en la obra educacional de la iglesia para formar personas que “Sean” cristianas y no que solo “Hagan” lo que hace un cristiano. El maestro debe educar personas para: evangelizar (Jn. 1.12; 3.5), edificar (Ef. 4.15; Col. 2.19; 1 Pe. 2.2) y servir (Mt. 28.18-20).[3] A la vez debe educar evangelizando, edificando y sirviendo él mismo.

Es posible que alguno los alumnos pasen por su conversión religiosa –súbita ó gradual– a lo largo del periodo en el aula bíblica. O quizá pueda atravesar las etapas que llevan a ella. Desde vivir un momento de inquietud que le lleve a a darse cuenta de su necesidad de cambio; hasta verse en una crisis que intentará solucionar para salir de alguna confusión. El docente debe poner toda su atención para percibir y discernir estos momentos lo cual es clave, para ayudar durante el proceso. Puesto que una vez solucionada la  crisis que pueda marcar el momento de la conversión, surgirá la expresión concreta a través del comportamiento del individuo y allí se verá si ha logrado atesorar la verdad de Cristo que le hará libre (Jn. 8.32; 2 Co. 3.17), en el buen tesoro de su corazón. Este proceso, abarca toda su personalidad tanto intelectual como emocional.[4]

Formar cristianos capaces de sacar del buen tesoro de su corazón para invertir en el reino no es tarea sencilla. Para ello cada clase bíblica deberá lograr que tanto alumnos como docentes, alcancen a vivir una fe madura. ¿Qué es una fe madura? De acuerdo a Freud la religión madura, requiere el formar una persona autónoma libre de deseos, de la dependencia infantil consciente de  la realidad en la que difieren “lo que es” y “lo que debe ser”. Fromm, agrega que la característica de una persona que vive una religión madura, es el profundo amor al prójimo, evidenciada además en su humildad y simpatía con el semejante. Según Viktor Frankl, la religión madura le permitirá tener una razón para vivir a pesar de sus infortunios, dedicándose a una causa suprema. James, diría que la persona se siente parte de esa causa suprema, de un universo más amplio que el de sus intereses personales. [5] Bíblicamente vemos que el apóstol Pablo ve que el cristiano maduro es aquel que cambia su manera de pensar, para que así cambie su manera de vivir persiguiendo el propósito de conocer la voluntad de Dios (Ro. 12.2).

Hendricks afirma que el proceso de enseñanza – aprendizaje, es causar que las personas cambien. Puesto que aprender es cambiar, este proceso educativo será clave como herramienta de una conversión gradual.[6] En este sentido Ibarlbalz siguiendo lo que afirma Pablo en Romanos, señala que la efectividad del rol docente se mide no por sus metodologías sino por lo que el alumno hace en respuesta a ellas. Si ellos van cambiando en su forma de pensar, de ser, y actuar, es decir, se arrepienten gradualmente; entonces, habremos enseñado.[7] Esto para nada quita la responsabilidad de los alumnos. En este proceso se da una relación personal con el Señor, deben entender que cuando Dios se les revela ellos son los responsables de actuar en consecuencia sin dejar que Sus Palabras caigan a tierra (1 Sam. 3). [8] Lawrence al respecto menciona, que es a causa de nuestro estado y condición pecaminosa, que Dios es desconocido para nosotros. Es Su revelación a nosotros por Su Palabra, que se hizo conocible.[9]

Es por esto que la Escuela Bíblica, debiera ser considerada como en lo que los negocios se conoce como una “mina de oro”, como lo establece Gage. Si alguien al hacer negocios, recibe de un departamento de su empresa el 90% de dividendos, pero consume tan solo un 10% el dueño de la empresa prestaría mucha atención a esto. No dejaría pasar la oportunidad e invertiría aún más en ese departamento. Siendo que nuestras escuelas bíblicas son capaces de promover miembros maduros que afecten a la sociedad por medio de sus familias, ¿No tendríamos que pensar en invertir en ellas cada vez más por medio de la formación de nuestros maestros –la cual debe ser continua–, en equipamientos y planificación? [10]

Si queremos formar personas que inviertan del buen tesoro de su corazón en nuestras congregaciones, debemos formar maestros que estén con sus propios cofres llenos. Que también estén capacitados para llenar los de sus alumnos, con un buen tesoro que no permanezca enterrado. Necesitaremos entonces, invertir en que ambos involucrados en el hecho educativo conozcan más y mejor al Señor. Para lograrlo será necesaria, una educación impartida por maestros preparados didáctica y pedagógicamente en sus prácticas y metodologías. Si bien es responsabilidad de cada maestro el estar preparado y al día con sus prácticas, como miembros de una comunidad de fe, debemos asegurarnos de que cuenten con la motivación, herramientas e infraestructura necesaria para una formación continua. La “Ley del Maestro” de Hendricks, explica que no se puede enseñar lo que no se tiene; ni se puede comunicar desde un vacío. Por ello, esta ley declara que “Si deja de crecer hoy, dejará de enseñar mañana” (2 Pedro 3.18).[11] Así es que no podremos dar del buen tesoro de nuestro corazón, si nuestros cofres están vacíos.
[1] J. Ibarlbalz, Educación Cristiana: Bases bíblicas planes y estrategias, Tomo 1, (Bs As FADEAC, 2011), 7

[2] A. De Barbieri, Educar sin culpa, (Montevideo: Edit. Pengüin Random House, 2014), 189

[3] J. Ibarlbalz, op. cit., 8

[4]  M. I. Gutawski , Conversión Religiosa, (Bs. As.: SITB, 2014), 2

[5] M. I. Gutawski , Madurez Religiosa, (Bs. As.: SITB, 2014), 2

[6] H. Hendricks,  Enseñando para cambiar vidas, (Miami: Logoi, 2003), 98

[7] J. Ibarlbalz, op. cit. , 23

[8] H. Hendricks, op. cit., 100

[9] Lawrence O. Richards y Gary J. Bredfeldt, Enseñemos la Biblia creativamente. (Miami, FL: Logoi, Inc., 2001), 34–35.

[10] Albert H. Gage, Evangelism of youth, (Philadelphia: The Judson Press,1922), 64

[11] H. Hendricks, op. cit., 17